Llévese estos ojos, piedritas de colores,
esta nariz de tótem, estos labios que saben
todas las tablas de multiplicar y las poesías más selectas.
Le doy la cara entera, con la lengua y el pelo,
me quito uñas y dientes y le completo el peso.
No sirve
esta manera de sentir. Qué ojos ni qué dedos.
Ni esa comida recalentada, la memoria,
ni la atención, como una cotorrita perniciosa.
Tome las inducciones y las perchas
donde cuelgan palabras lavadas y planchadas.
Arree con la casa, fuera todo,
déjeme como un hueco o una estaca.
Tal vez entonces, cuando no me valga
la generosidad de Dios, ese boy-scout,
y esté igual que la alfombra que ha aguantado
su lenta lluvia de zapatos ochenta años
y es urdimbre nomás, claro esqueleto donde
se borraron los ricos pavorreales de plata,
puede ser que sin voz diga tu nombre cierto,
puede ocurrir que alcance sin manos tu cintura.