Te pesan las costillas y la nuca
y te pesan las horas, el aire trepa y cae por tu pecho,
se enreda en espirales, tu mano imprime surcos en la piel arenosa.
¡No te estás extinguiendo! Estás tan vivo
que has comprendido el hueco de la pérdida.
Igual que un casco
volcado por el gesto repentino de un soldado al que asombra
la música de sangre de su propia metralla,
así pierdes el odio y queda a tus espaldas entre el fango.
Tus costillas, antílope, esconden un reloj:
te preguntas quién pudo darle cuerda.
Añadir un comentario