Agónico fuego de la tarde,
triste, sediento;
camino despedazado,
viento de luna,
nocturno pájaro tenue,
obelisco de lo fugaz,
filosa piedra de rápido golpe.
Aquí estoy.
He llegado hendiendo
el silencio de estas calles,
horadando con mi sombra
cada pecho de aquellos hombres
ya idos.
He emergido sin saber el momento,
-musgo olvidado-
sucumbiendo ante la estricta
medida del dolor y la nostalgia,
perdiendo batallas,
escapando a mis manos,
derribando tiempos
hasta llegar a ti,
espuma de soledades,
y gritar desde mi subterráneo silencio
que no hubo nunca un adiós,
que mis manos no conocieron nunca
el vuelo de una despedida.
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