Cuando el tiempo de flor
venga a fundir
la nieve en la montaña,
ya no te esperará mi corazón,
alondra.
¡Ay!, ¿cómo eran sus labios?
– cantará el surtidor.
De nuevo el mismo sol
se vendrá a los tejados, perezoso,
herido por el grito de los niños
que juegan en la plaza.
Y, como hoy,
la mañana despertará encendida
por fuera de mis ojos.
Pero mi corazón, alondra,
ya no te esperará.
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