Tierra nativa (IV. ¿Verdecen todavía aquellos montes?) de José Luis Rivas

…Of restless nights in one-night cheap hotels…

T. S. Eliot

Hurgo a tientas en busca de papel y lápiz…
Tomo el reloj de la mesita; es medianoche.
La sombra alinea
el último lienzo de su tapia infranqueable.

Presiento la escritura de una frase muy larga.
‘Un borbotón de voces
alza su chorro desde un grifo descompuesto.’

Afilo pensamientos como esquirlas…
Me gustaría rasguñar lascivamente la piel de las horas.
—Ahora muere aquella tarde en ‘Las Camelias’…
—Y mi mano también, al tiempo que sostiene el foco que iluminaba
el cofre abierto de aquel auto…
—Y mis palabras, resonando al otro lado de la verja de metal.
—Apenas interpuesta, porque nuestras miradas
suavemente se rozaron… ¿Recuerdas su
exhorto para que te marcharas?
DULCE, MI AMOR, TU PADRE DE SEGURO
HA DE ESTAR YA CON EL PENDIENTE.
—Es verdad: algo así
dijo el grasiento Julio,
echándose de bruces otra vez sobre el motor.
—Al otro día,
en la tienda de ultramarinos,
mientras nosotros conversábamos nerviosamente
junto al mostrador…
—Mi prima Mari
hizo saber a la familia en pleno
que nos había convidado
a viajar en su auto por los alrededores,
sonsacándole de paso
a los gruesos labios de mi padre
una aquiescencia rápida, impensada.

—Visitamos Las Vigas la semana siguiente:
—Los altos pinos de montaña
habían tomado un color ocre muy intenso.
—Y de las nevadas zarzas
brotaban, de repente, pájaros frioleros…

—En el asiento de adelante
viajaban mi prima con su novio.
Pero… ¿era él quien conducía?
—Y en el de atrás,
bajo los gajos del edredón,
nuestras manos, ya húmedas,
se enlazaron…

—Tal vez esa fuera
una de las llamadas ‘noches blancas’.
—Pese a (u oposición
(sólo franca al principio)
fui deslizando, despaciosamente,
mi mano entre tus muslos…

Paseándose en silencio por Los Berros,
las manos en la gabardina,
o sentado en alguna mesa de El Escorial…
¿Repetiré con reverencia las sílabas de tu nombre?
¿Repasarán mis dedos la suavidad de tu cuerpo acariciando el pétreo
vaciado de la ausencia?
¿Será camino del estadio, teniendo como fondo
las ruinas del crepúsculo;
o por Villa del Mar, un domingo cualquiera,
o dilatando a sorbos, simplemente, un café en La Parroquia,
o bebiendo quizá de prisa una lata de cerveza en algún muelle
desolado,
al mediodía,
cuando de la plazuela parten estrepitosamente las palomas?

Yo iba provisto de esquirlas enconadas.
Yo iba en busca de la piel de las horas…
¿Seguirá a tu partida un nuevo encuentro?
¿En Xalapa o San Cristóbal,
o tal vez en un sitio más rugoso?

Tus manos infantiles recorren todas las noches el teclado…
‘¿Qué melodía es esa?’
‘Un aria muy simple.’
¿Recliné a la Belleza en mis rodillas?
Sólo sentí que galopaba sobre mi cuerpo
la noche entera,
y que cuando salimos del hotel
en busca de un restorán
(lo tengo presente todavía,
tanto, que me da la impresión
de que apenas ocurre ahora),
sus senos, desasidos de sostén,
empitonaban firmemente el raso de la blusa…

Lóbregos corredores de la ansiedad
bajo el celaje rojo de Poza Rica…

Al fin, la niña eterizada se despierta;
va en busca de mis brazos.
aquejada de vértigos, presa del delirio…
Ya en el autobús, una leve hemorragia.
(Durante toda una semana,
un médico, que era mi amigo, remontó
mañana y tarde
la cuesta que llevaba a nuestro escondite:
una cabana, sucia,
abandonada en la punta de algún cerro.)

Pero, pasado ya el mal tiempo…
NO QUIERO SABER MÁS DE TI;
SÓLO OLVIDAR LA PESADILLA.

¿Compraré jamoncillos en Perote?
¿Habrá petunias en Fortín,
nieve en Las Vigas o en El Cofre?
En Altotonga y Martínez
subimos a los montes,
y allí cortamos peras de oro dulce, manzanas y chayotes ásperos
e hirsutos…

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