– Sí, hube de gozar ambos placeres, padecer
ambas inhibiciones, concebir besar y ser besado;
hube de amar cada vez lo contrario, lo complementario
que engendra sucesión: quizás fui
padre, pude haber sido madre, yo, Tiresias,
por la intolerancia celestial castigado, perdí
la humana facultad de ver
para ganar la divina de prever.
Fui hombre, luego mujer, ahora
soy casi un dios, mañana…
¡qué no podré ser mañana!, arrojado como estoy
al azar de los animales y la ligereza de los dioses.
Pero
alerto que vendrá
un tiempo nuevo en que retorne el hombre a la Naturaleza,
un tiempo en que el viento, las palabras, el cuerpo, las montañas
sean un solo río creciente y proporcionado
desembocando en el mar,
ay y que yo no pueda verlo sino sólo preverlo
en aquellos apócrifos amantes de mi imaginación
que se besan desaforadamente
en el centro de la noche de la ciudad
de árboles de palomas volando descuidadas
con un libro abandonado a los pies, porque esa noche venidera
ya no se leerá más (2)
sino en la riqueza virginal de nuestros cuerpos
despidiendo entre caricias los galeones
de bodegas atestadas de libros
que hemos leído tanto…
Yo, secular, aprovecharé la sombra en los rostros de la noche
para deshacerme para siempre de la muerte.
Pero mientras,
continuaré en este circo terrenal esquivando el castigo de los hombres
disfrazados de dioses, que será — lo preveo —
desterrarme de los alrededores.
Por eso, amigos míos,
iniciemos una fiesta a la entrada del placer
e invitemos sin reservas a todos los ángeles.
Los recibirá un recinto de sándalo y temblores,
de azulaciones ebrias, lluvias y cantos devoradores.
Luego una puerta augusta,
esa que todos alguna vez hemos atravesado
sin poder ya regresar.
Como siempre, el vaho de los cuerpos inhibirá por un instante a los Iniciados.
Mas en seguida estos bautizarán sus cuchillos en la sangre
de los Sacrificados:
en una semilla el dolor, el goce, el adormecimiento;
¡ay, pero si hubiera un ángel siempre a la entrada del mundo!
para cada cual un ángel
que no nos pidiera otro regalo que un beso, ni
otro gesto que nuestra mano acariciando su cuerpo contra la noche,
pero que El no haya estado
y tener entonces que atravesar
solitarios
desde niños
ese umbral
donde asoma la Muerte,
donde somos la Muerte,
no la que abraza de improviso sin verla sino la
Lenta Sucesiva que nos lleva del brazo a contemplar
la huida de las hojas, la sucesión de los días,
el humo final de las hogueras infantiles, lenta-
mente de la mano la Sucesiva paseándonos por las moradas
donde los cuerpos más heterogéneos se explican las verdades (3)
viviéndolas, desenterrándolas, redescubriéndolas,
durmientes de saber, porque soñar es saber:
un sueño de palabras que habrían recuperado al fin
su manantial exacto pero olvidado de la sinceridad:
palabras
desnudas, como te quiero yo, ángel, ante mis ojos,
aunque todavía nos quede esta prisión irrenunciable de la piel
que hemos hecho gozosa
ya que no nos fue dada la posibilidad de desgarrarla
como con zarpas de oso.
Tiresias (I) de Jesús J. Barquet
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