Todo lo aprendí de quien nunca fue amado: la nieve y el silencio
y el grito de los bosques cuando muere el verano.
O aquella canción celta que Kerstin me cantaba:
¿Quién puede navegar sin velas? ¿Quién puede remar sin remos?
¿Quién puede despedirse de su amor sin llorar?
Pero ahora ya la nieve sustenta mi memoria. Y el silencio se espesa
tras los bosques doloridos y profundos del invierno.
Por eso puedo navegar sin velas. Por eso puedo remar sin remos.
Por eso puedo despedirme de mi amor sin llorar.
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