Todos fuimos Annelein. Yo misma
alardeé de plenitud en la oquedad
alarmante del conflicto. Yo misma
planché con cuidado la intersección
de la codicia. Nadie descubre su vientre
a las estrellas -atentas- a la noche
que gime. Nadie desnuda su cuerpo
en la oscuridad, para que el frío
de la noche lo persiga. Nadie arroja
su mano más allá de donde el esfuerzo
de su brazo le indica. Verdad es que fuimos
rotundos hasta la esterilidad, como la gasa cubre
un cadáver podrido. Verdad es que toda negación
de la pureza es aún positiva. Las voces
redondas de la noche componen sonidos.
Entre los pliegues de nuestros labios
sentimos, que nunca podrá morir en nosotros
la ternura, por la cabal resurrección
de los sentidos.
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