Cada uno de nosotros encierra un barco
que sueña travesías y playas y un puerto cercano
donde pasar la noche.
Hay latitudes que recogen nuestra infancia
y curan nuestra piel de salitre
con devoción de madre,
hay otras latitudes que aguardan nuestra visita
con piel desconocida.
Hay travesías que nos conducen al horizonte
que se extiende infinito ante nuestros ojos
y hay otras que, sin solicitar permiso, nos regresan.
Hay puertos que nos muestran la ciudad que fuimos
y nos reciben con verbos que dimos por perdidos
y una sonrisa,
y hay puertos que nos aguardan llenos de futuro,
con calles viejas y ruido de burdeles
y una habitación fría y oscura
que acogerá sin preguntas
nuestro cansancio.
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