Mientras muchachas que serán catequistas cantan y tocan la guitarra
como quien eleva una protesta sentimental a un dios tímido o como
quien se rasca la panza con mansedumbre
y aquí en el tostadero ya son indiferentes las piernas y los brazos ya
sin dueño,
mientras la fuente sigue siendo útil para fauces sedientas y espaldas
sonrientes de pura caricia
y allí abajo en el pueblo tañe una canción de siseo de rezos total-
mente impropia de la estación
y el agua en todas partes es sobre todo sonido y no frescura
pero quizá humedad amiga para quien es lamido en el hombro duran-
te un verano ideal,
yo pienso:
estoy oyendo el tañido de una campana y un zumbido de canción
y abrasándome al sol en el tostadero,
lo que vale decir: solo en mitad del mundo.
Ah, todo era perfectamente lógico hace apenas un minuto:
las cosas nos venían solas y vivíamos el tiempo pequeño sin recono-
cerlo ni siquiera en su tranquilo rumor
Hay algo doloroso en la conciencia súbita:
como una interrupción de alguna paz del mundo o asumir una extra-
ña condición entre cosas que son de pronto extrañas.
Lógico: para poder vivir sin daño
y dejar que todo pase sobre nosotros mientras nosotros sólo estamos
tumbados en el tostadero,
debemos no reconocer nada.
O dicho de otra forma:
es así como creemos obtener en el futuro el valor de lo que el tiempo
con mayúsculas nos deja,
acaso unas reliquias: los jirones del sol, pongo por caso,
o un sonido de gotas, ¡casi nada!
Recordado, no vivido,
bueno o inútil, inofensivo;
turistas agotados y obedientes en alguna excursión interminable.
-Como en casa de Víctor, en aquellas veladas infinitas:
De pronto comenzaba a amanecer;
lo decía algún pájaro húmedo, un motor increíble o una gota insistien-
do en un mármol remoto de la casa: era un aviso.
Súbitamente diurnos, sin vino ni conversación, solos y diferentes,
entrábamos a un mundo demasiado sonoro,
emprendíamos calles cada vez más nítidas,
y ya en casa buscábamos en el sueño el olvido de las cosas.
¡Oh, Señor, protégenos
a nosotros, los Turistas!