Al final de la barra apareciste
como un tren fantasma
que mueve campanillas.
Tu cara aún tenía
el susto del viajero
que, en vagón de madera,
siente los escobazos, el hilo de
la muerte, la calabaza hueca.
Querías compañía para entrar en el túnel.
No te la di, no puedo.
He de ocupar mi sitio
detrás de las cortinas,
para seguir aullando
y mordiendo a los niños.
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