Tu noble palidez forma tu encanto:
es como aquella palidez extraña
del lirio matinal de la montaña
que al reflejo del sol sufre quebranto.
A veces logra esclarecerse tanto
que tu sutil respiración la empaña,
y otras adquiere, si la luz la baña,
la transparencia rútila del llanto.
Todo en mí se ilumina al contemplarte,
y, arrobado en tu faz, pienso que alguna
noche la luna te nevó al mirarte,
o que por rara y singular fortuna,
sintiéndose mujer, quiso imitarte
y osó tomar tu palidez la luna.
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