La hierba fulgura más verde que anteayer
y me he acercado.
Al abrigo de los matorrales
un pequeño jardín se sabe dulce alegoría de la muerte.
Como entonces se escucha
un sonido encandilado de élitros
y el viento norte pasa diciendo que no hay nadie.
Veo ahora una niña antigua,
me reconozco en sus dos manos lentas
mientras pliegan las alas mudas en un hueco de tierra
y se inventa una oración
que habla de libertad y cielo azul para mañana
y dice algo de volar muy alto
mientras pasan las yemas de sus dedos
modelando una tumba.
Las mismas yemas de mis dedos
después de veinte años,
húmedas entre la hierba certifican:
no hay cicatriz ni sombra cíe la herida.
Cuando levanto la vista
la niña se ha marchado.
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