Estábamos a solas en el parque silente
la tarde en desmayadas medias tintas moría,
y era tal el encanto que en las cosas había
que daban como ganas de besar el ambiente.
Primavera llegaba y el retoño incipiente
-anuncio placentero de la flor- verdecía,
y el alma contagiada del milagro del día,
florecía lo mismo que el jardín renaciente.
Ella escrutaba el cielo con fijeza tan honda,
que el verdor transparente de sus ojos letales
tomó de pronto un verde sensitivo de fronda.
Yo la miré y ansioso de halagar sus antojos,
la dije ante los tiernos brotes primaverales:
-Esta vez ha empezado la estación en tus ojos.
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