Un deber de alegría de Eugenio de Nora

¿Yo fui triste?
En la noche
siento que avanza el mundo como el amor de un
cuerpo,
como la pobre vida, combatida y cansada,
aún encuentra en la noche la ceguedad del cuerpo,
la ternura del cuerpo
queriéndose, buscando
en quién querer, con manos
deslumbradas y humanas.

Todavía, mientras dura la noche,
mientras la soledad, tan tuya,
y la inmensa tristeza, sedienta y sin sosiego
de los que multiplican tu soledad en mundo
funden -Eugenio, España- una tiniebla sola,
todavía
algo queda en el alma, y si aprietas los ojos
por despertar, por no creer la sombra,
aún fragmentos de aurora la sangre te daría.

Cuando la pobre gente de nuestro pueblo llega
del sudor y del polvo, del trabajo vendido
con el alma cerrada, cuando
llega y encuentra el día que se acaba temblando
en la lumbre cocida y alimenticia, llega
y cae, la pobre gente oscura,
derribada en las sillas; y encuentra la sonrisa
todavía, la hermosa, prodigiosa sonrisa
-si hay algo prodigioso- del viviente que tiene
aún no lo necesario;
entonces, duramente,
algo en mí se incorpora, y siento, sin remedio,
un deber de alegría.

No hay fatiga. Nosotros
excedemos el tiempo. La estatua congelada
detenida en las calles, nosotros estrechamos
su mano y la fundimos.
Ellos, ellos,
quienes casi no viven, y esperan, me lo dicen,
y yo puedo escucharlo.

Nunca sueña quien ama, nunca
está solo. La pujanza es idéntica.
De la rosa ofrecida
al amor, a la piedra
fijada con amor, a las balas
hundidas y enseñadas
por amor, todo avanza
y edifica. ¡Despierta!

Y enemigo, expulsado de la tristeza, siento
cómo la aurora iza su bandera rociada.

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