Un dia en la esperanza de Arturo Carrera

a Esther y Martín Bruzzo

Martincho y Luciana
me tiraron pasto podrido
y después Juan me escupió
el agua verdinegra del mate
sobre la libretita y el pantalón

Esther (28 años) salió a defenderme.
¿Qué le hacen a Arturito?
No le tiren pasto a Arturito
que está escribiendo

Pero Arturito no sabe escribir.
Arturito es pasto de las llamas
de los niños

De todo podría decir él
que ha sido, que ya fue escrito
o apoyado todavía en una ciencia
que la naturaleza debería imitar

¿Echó a los niños?
Sólo les dijo: «vayan a la otra palmera
Aquí tengo que escribir».
«¿Molestamos? -dijo Luciana-. Y
agregó: «¡Tonto, vos no conocés todo
nuestro campo!»

Florecillas.
Círculos amarillos.

Los chiquitos bajo la palmera más amplia
y el dálmata sobre las manchas de luz en
copos que filtraban las lentísimas hojas
acribilladas

El gritito de Juan.
Los ojitos celestes;
la boca de viejita desdentada de Luciana.

Los niños como antídoto
después de una noche soñada
para la fatalidad del sufrimiento

¡El Campo!

Lo simple,
la gratuita espera,
el artificio remoto de un amor
que embauca la costumbre.

El paso veloz de los primatitos y
el tiempo detenido, indestructible
como el viento en los árboles
como el agua en la luz

Pasto de las llamas
De los niños.

Forzar
el ideograma de la alegría:
el cuerpo como único retrato,
único espejo, único pie de la temible
locura.

Forzar la música de los nombres que se
arrastran en la cacería de los estrechamientos
y besos y gestos del amor e innumerables
abrazos.

Forzar y destruir todo simulacro de Belleza y
atender el disimulo de estas bandadas de loros
querellando a lo lejos, en las nubes,
como ranas.

Faltaba esta maldita música country y toda la
demencia natural del atardecer: el sol obsceno
como una gorda rubicunda en el bañadero de los
patos

y las 28 jóvenes bestiales jugando al tenis
tan solas y tan tristes,
con sus 28 años de vida masculina;
con las 28 raquetas junto al caserío
del mar: es decir, del campo.

28 jóvenes y nade sale de mi deseo
28 jóvenes y ella va memorizando
en nuestro sexo mi aciago destino:
el disparate de no desear conocer
en el conocimiento con su deseo.

el sentido triturado
por las disparatadas risas de los loros;
el destino como una migración momentánea
hacia una noche acaso momentánea
con sus colores tenebrosos
sus faisanes degollados y sus cabizbajos
flamencos,

Fermín y Anita -dije anoche.
¿Cómo luciré ya para vosotros, con este
sombrerón fantasma y estos huesos porosos
con el ligero dolor del mundo: ¡bufón!
y con este bastón y esta caperuza y este
sonajero contra el rumor de una indestructible
carcajada

Es la madrugada y estoy sollozando todavía,
mordiendo la servicial almohada y
comprendiendo que ustedes no están para
saltar como monitos en nuestra cama

y yo buscando sobre la risa o red del circo
mi libretita de apuntes
con mi terco dolor en «la boca del estómago».

Pero esto es otra cosa: otro campo
donde la pesadilla apaciguada se enriquece:
malones de niños me atacan con pasto,
con yerba y agua lavada tratan de cegarme,
borronear las débiles comisuras de unos
débiles caligrafiados labios:

otro campo EL CAMPO.
con todo su escozor y todo su derroche
y toda la piratería
para los sueños del dolor:

¿ debo escribir?

O llorar, simplemente,
bajo el gentío de infantes y
toda la chatarra enigmática
de sus juguetes.

De los pelos van arrastrando unas muñecas
automáticas, con chupetes del tamaño
de un clavo para techos: si le quitan
«el clavete» las muñecas lloran con
sonidos y timbres indescriptibles: una
liebre agonizando imita con insensata
maestría el llanto de un niño.

¿Por qué no se sintetiza o pasa por
sintetizadores, para las muñecas, el llanto
de las dulcísimas liebres agonizadoras?

Oh Poeta,
el rayo de la pequeña confianza
te alimenta.

El Dolor y su Moral.
La desdicha de la antipatía.
Los ojos de una enigmática mujer

que crece en otros innumerables ojos
cada día.

La música y su sonrisa de cuartel,
sonrisa desvaneciéndose entre aplausos
y aplausos
besos y aplausos

Y el campo del Ser Humano,
el campo de su Eternidad: Tomábamos
el té y Martín dijo, como Séneca, la
vida es brebe.

Arturito asintió: tan breve,
tan dichosamente breve
tan brevísima hembra del colibrí
libando la risa de nuestra eficaz
confianza.

Oh poeta: la tormenta y la tierra
que avanza en virutas y los remolinos
a través del monte borrando el indeciso
arco iris.

Oh, confianza. Breve musiquita embustera
envuelta en la muerte.
Por vos este día sin mis hijos,
sin mi querida mujer
en la oscuridad de la piel terrosa
y perfumada

del campo nocturno
del campo de la diferencia
del campo de la repetición

Todo en un
instante
sumiyesco: «la centella entró
y los niños se aferraron a los
muslos delicados de la madre:
una pequeña y estática mujer:
una alegoría carnal de la distancia».

está lloviendo
Martín guarda en su estuche
el arma que carga el diablo.

Las palomas se adormecen y pasa
tras la galería cerrada, Cora,
con las palomas doradas atadas
a la cintura.

Murmullo del agua.
Los juguetes enfriándose.
Las manitas de los niños
para la densidad del arco iris.

Los cuerpos de los niños veloces
ya en los bolsillos
de unas huestes marsupiales.

El poeta se encierra cómodamente
en el Fairlaine de Martín:
con la música altísima,
la refrigeración,
y hasta el perfecto anfitrión
le alcanza un trago largo
a través de la ventanilla baja.

Mamarrachea Arturito en ese navío
¿pampeano? ¿Anclado en La Esperanza?

Con sus canastas de lluvia y sombrillas
enceradas pasan las infantas empapadas;
los chiquitos ya bañados y listos
para la cena y el descanso y
la cocinera con señas silenciosas,
entre el barullo de los loros y los grillos
llama a comer

¿con una campanilla?

Esta ventanilla está empañada
No veo bien.

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