Con qué precisión de troquel me hablas, hombre
Sabes de la mar salada
más que el Emperador Celeste,
más que los Coleccionistas,
más que los Catedráticos,
más que los Buzos y Directores de Museos;
también más que las gaviotas
que en el mar deyectan, comen, duermen.
Continúa, continúa transvasándome
tu sabiduría marinera.
¡Qué elocuencia resbaladiza de pez!
¡Qué hábitos marisqueros me descubres!
Como tu piel,
tienes los ojos atezados de conocimientos
misteriosos para mí.
No te afeites; es igual.
Ahora vuelve a contarme
lo de la lapa y el camarón
su lucha, esa rabiosa y continua pelea
de los seres húmedos que como en la tierra
huyen, abusan, se esconden,
matan con recochinamiento.
Pero calla un instante, hombre
Y déjame pensar.
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