(Siento que se aglomeran mis deseos
como el pueblo a las puertas de una boda.)
El río allá es un niño y aquí un hombre
que negras hojas junta en un remanso.
Todo el mundo le llama por su nombre
y le pasa la mano como a un perro manso.
¿En qué estación han de querer mis huéspedes
descender. ¿En otoño o primavera.
¿O esperarán que el tono de los céspedes
sea el ángel que anuncie la manzana primera.
De todas las ventanas, que una sola
sea fiel y se abra sin que nadie la abra.
Que se deje cortar como amapola
entre tantas espigas, la palabra.
Y cuando los invitados
ya estén aquí —en mí—, la cortesía
única y sola por los cuatro lados,
será dejarlos solos, y en signo de alegría
enseñar los diez dedos que no fueron tocados
sino
por
la
sola
poesía.
Un paisaje hecho poema de Carlos Pellicer
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