Una noche despejada como ésta
puede hacer que el espíritu remonte el vuelo:
tras un día agotador
el espectáculo de precisión es
impresionante a su manera dieciochesca
un tanto sosa.
Sosegó mucho la adolescencia
encontrar una mirada de tal descaro;
las cosas que hacía yo no podían
ser tan ultrajantes como decían
si eso iba a seguir ahí
una vez muertos los ultrajados.
Ahora, desprevenido ante la muerte
pero ya en esa etapa
en que a uno empiezan a fastidiarle los jóvenes,
me alegra que esos puntos en el cielo
puedan también contarse entre
las criaturas de mediana edad.
Resulta más acogedor pensar en la noche
más como un Hogar para Ancianos
que un cobertizo para una máquina sin mácula,
que la roja luz precámbrica
ha desaparecido como la Roma imperial
o yo mismo a los diecisiete.
Sin embargo, por mucho que nos guste
el estilo estoico en que
escribían los autores clásicos,
sólo los jóvenes y los ricos
tienen el valor o la figura para acertar con
la nota lacrimae rerum.
Pues el presente acecha allende
como el pasado y sus agraviados de nuevo
gimen y se les deja de lado,
y la verdad no se puede ocultar;
alguien escogió su dolor,
pasó lo que no tenía por qué haber pasado.
Ocurriendo esta misma noche
sin ceñirse a ninguna regla probada,
es posible que algún acontecimiento haya lanzado
su primer pequeño No al derecho
de las leyes que aceptamos para regir
nuestro mundo posdiluviano:
pero las estrellas siguen ardiendo en lo alto,
ajenas a finales definitivos,
mientras regreso a casa para acostarme,
preguntando qué juicio aguarda a
mi persona, todos mis amigos,
y estos Estados Unidos.