Un día -¡primero Dios!-
has de quererme un poquito.
Yo levantaré el ranchito
en que vivamos los dos.
¿Que más pedir? Con tu amor,
mi rancho, un árbol, un perro,
y enfrente el cielo y el cerro
y el cafetalito en flor…
Y entre aroma de saúcos,
un zenzontle que cantará
y una poza que copiará
pajaritos y bejucos.
Lo que los pobres queremos,
lo que los pobres amamos,
eso que tanto adoramos
porque es lo que no tenemos…
Con sólo eso, vida mía;
con sólo eso:
con mi verso, con tu beso,
lo demás nos sobraría…
Porque no hay nada mejor
que un monte, un rancho, un lucero,
cuando se tiene un «Te quiero»
y huele a sendas en flor…
Comentarios sobre el poema
En el mar del anclar las olas corren con los delfines
Diana