El tren paró bajo la noche oscura.
-¡Viareggio! Diez minutos! gritó alguno.
Y los dos nos mirábamos, en uno
como albor repentino de ternura.
Amistades de viaje… La dulzura
de una voz que nos dice: ¿Lo importuno?
Un palique trivial como ninguno.
Nada más… Y un recuerdo que perdura.
Descendió la gentil desconocida,
la despedí con algo de mi vida,
y porque la emoción fuese más pura,
sólo besé sus dedos en la yema,
pues el encaje de la manga crema
bajaba hasta cubrir la coyuntura.
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