Alguien abrió con el mayor sigilo
mi puerta, de seguro mal cerrada.
Le vio, sin forma apenas, mi almohada,
el paso muelle y la palabra en vilo.
No, no era nadie que buscara asilo
ni que quisiera demandarme nada.
Con la primera luz de la alborada,
salió en silencio y me dejó intranquilo.
Eso fue todo. ¡Nada más! No espero
saber la causa ni atisbar los fines
de esa visita inesperada. Pero
esta mañana oí sonar violines.
Nada tampoco… ¡Amaneció mi alero
cubierto de hojas rubias y jazmines!
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