Ni la vieja gloria de los maravillosos imperios
se ha salvado.
Ni el orgullo de las catedrales,
ni siquiera el remanso de la fe en los monasterios
compiten con esa otra arquitectura
de cerros y nubes en el Valle de Oaxaca.
El tiempo gasta la dura piedra
y se desmorona la realidad.
El viento no dice palabra,
pero los follajes de los grandes árboles
parecen conversar aún con las nubes.
En estas tierras es evidente que solo los sueños
perduran.
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