Ojos claros, serenos,
si de un dulce mirar sois alabados
es porque hubo una mano que, ardiente en la penumbra
de una tarde perdida,
dispuso con extraño poder unas palabras.
El tiempo, como el viento de octubre los prospectos,
arrastra hacia el ayer las tardes y los años,
los amores y los enamorados:
polvo que se adelgaza, y luego nada.
Pero
su fuerza nada pudo contra aquellas
sílabas de diamante,
en las que siguen refulgiendo, claros,
serenos, unos ojos
que acaso no existieron más que en sueños
pero que al otro extremo de los siglos
aún de un dulce mirar son alabados.
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