Aunque pinceles amarillos
rodaron ya en la tierra sobre las bóvedas caídas,
mi pie protesta entre las sábanas.
No hay carros llameantes tras el desfile de carrozas
al sol de mediodía
sino un corcel empecinado y verde
que dispersa, cual viento, plumas de ave degollada
y el río del revés
que fue pleamar de toses
me coloca sus algas de peluca.
Luego, con las orillas despuentadas,
lograron recostarme
como una ausencia ecuestre que al fondo se buscase.
Todo el no ser echado sobre este omóplato bendito.
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