Siguiendo un collar vengo hasta la puerta de la casa, en que la llave no se necesita, porque el ladrido del perro la abrió apenas vio el hilo del tornillo de la cerradura. Alcanzó el viaje del hilo sin fin, y así como la sombra en las ‘altas horas de la noche’ de los periodistas, gira alrededor de su cola, su mirada rodeada de pelos dio vueltas en torno al tornillo. Y allí lo cazó la muerte. Yo entré, ignorante de todo, y derribé las paredes divisorias, hasta que, ante mi terror, la casa se convirtió en un campo plano. ¿Por qué las yerbas volvieron a entrarse en la tierra por el mismo pasaje por donde habían venido? Tal vez la debilidad de mi actitud las hundió para muchos años. Mas, entre las ventanas que ahora nadan en este aire, distingo, con gruesas alas, suspiros como piedras.
Verdadera catástrofe de Eduardo Anguita
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