Alegre es mi enfermera como viernes por la tarde o sábado en la mañana.
Los deshausiados vuelven a su color al solo paladeo de su nombre.
En tres letras encierra el festival de todas las campanas.
No nació de la costilla de nadie, Dios preparó la harina para vestirla.
La tierra deja de girar en su eje para contemplarla.
A veces mi corazón se detiene para nacer de nuevo entre sus manos.
Y soy feliz cuando ella pasa alegre como un trébol en su pókar de ases.
Su cofia escribe la crónica de los hospitales del mundo.
En su día de descanso el índice de muertos llega al cielo ¿qué será si mañana
se jubila?
Los pájaros la envidian cuando canta, se suicidan los ángeles y yo muero con
tal de que su canto me reviva.
Sus pestañas me protegen del agua aunque no llueva.
Cuando baila, Señor, el aire se detiene cortado por el hilo de sus pasos
y los geómetras buscan teorías para la medición del asombro.
El día que ella no esté será de noche siempre y reinará en la tierra la tristeza
de antes.
El mundo sería otro si en vez de ejércitos hubiera enfermeras.
Versura para la costilla izquierda de Margarito Cuéllar
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