He cerrado mi maleta
sobre el viejo cadáver que alimento a diario,
con el forro gastado de sus ropas cansinas,
su casi imperceptible olor a camposanto,
su traslúcida piel.
He cerrado mi puerta
tras el silencio espeso de la alcoba vacía,
con sus sábanas yertas de irrevocable ausencia,
sus ventanas cerradas al rumor de la vida,
su lenta oscuridad.
He cerrado mi maleta
y he metido en el fondo, con mi viejo cadáver,
un candil de esperanza y unas gotas de olvido,
un traje de deseo y unas botas de andar;
y he salido a la luz.
He cerrado la casa.
Les he vuelto la espalda a los ciegos rincones,
a las hoscas paredes que musitan rencor,
y he comenzado un viaje sin destino y sin rumbo,
un viaje que me enseñe,
desde los vericuetos y vueltas del camino,
a enterrar mi cadáver definitivamente
y a nacer otra vez