Mi vida fue una geografía
que repasé una y otra vez,
libro de mapas o de sueños.
En América desperté.
¿Soñé acaso pueblos y ríos?
¿No era verdad tanto país?
¿Hay tres escalas en mi viaje:
soñar, despertar y morir?
Me había dormido entre estatuas
y me hallé solo al despertar.
¿Dónde están las sombras amables?
¿Amé y fui amado de verdad?
Una geografía de sueño,
una historia de magia fue.
Sé de memoria islas y rostros
vistos o soñados tal vez.
Sobre el botín del universo
-fruta, mujer, inmensidad-
se echaron todos mis sentidos
como ebrios corsarios del mar.
En un puerto, joven desnuda,
forma cabal, por fin te hallé:
en tu agua grande, estremecida
yo saciaba mi humana sed.
Luego fue la niña de trigo,
fue la doncella vegetal;
mas, siempre, desde cada puerta
me llamaba la Otra eterna!
Desde la nieve a la palmera
la tierra de ciudades vi.
Dios limpiaba allí las ventanas
y nadie quería morir.
Vi la seca tierra del toro
-postrer refugio del azul-
y el país donde erige el pino
su verde obelisco a la luz.
¿Soñé ese rostro sobre el muro,
esa mano sobre mi piel,
ese camino de manzanas
y palomas, soñé, soñé?
¿Las bahías cual rebanadas
de una sandía de cristal
y sus islas como semillas
fueron un sueño y nada más?
¿Ceniza mortal este polvo
que se adhiere aún a mis pies?
¿No fueron puertos sino años
los lugares en donde anclé?
En los más distintos idiomas
sólo aprendí la soledad
y me gradué doctor en sueños.
Vine a América a despertar.
Mas, de nuevo arde en mi garganta
sed de vivir, sed de morir
y humilde doblo la rodilla
sobre esta tierra del maíz.
Tierra de frutas y de tumbas,
propiedad única del sol:
Vengo del mundo -¡oh largo sueño!-
y un mapa se enrolla en mi voz.