Año tras año
diste muerte a los tercos pretendientes
que orillaban mi patio:
desde fuera del tiempo
los vencías
antes aun de divisar la playa
en que nos damos cita
Y yo que los quería ya de tanto
tejer por destejerles y por tanto
reclamar tu mirada
los veía morir uno tras otro
a golpes de infinito
tiernamente inmutable
Así murió el que me entreabría
las ventanas del alma
murió el que sepultaba
las llaves de mi nombre
en el océano:
murieron porque aún no había Dios
ni trinidad ni magia
Y cada primavera yo volvía
a proyectar torneos estivales
suscritos a una lágrima:
certidumbre
de la doble faena de tus manos
en su áspero venir a nuestro abrazo
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