Obligados a abandonar
muchos sueños ya rotos para siempre,
con rotunda claridad,
velan los ojos.
Prácticamente
sólo se ha quedado la playa con un catálogo
de aves y castillos,
por el que la lluvia estaría
encantada de ofrecer una considerable recompensa.
Por lo más hondo de su descampado tímido,
de condición angelical,
extiende su cortina el sol,
que por momentos dobla meticulosa y efímera
eternidad.
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