A Edmundo Barbero, mi padre
Cuánto diera por saber lo que tarda el agua
en convertirse en agua viva.
Plena de musgo, de algas, de trasparencia oscura al ojo
no avezado en la meteria.
Y cuánto diera de mí en el sabroso desgaste
hacia lo humano.
Hartarme de gente y no llenarme nunca. Ser el nuevo
metabolismo de la civilización
occidental, torturada cultura de las llagas
y mil púas invisibles saliendo por todos lados…
Me conmueve el no saber el hacia adonde de lo nuestro.
De lo que hemos hecho nuestro
sin propiedad, tan sólo porque existe una sangre
y unas células heredadas del inmenso pasado.
Y en esta incertidumbre visceral, a la que no he podido
acostumbrarme todavía,
continúo mi escrutinio y el hallazgo, es siempre permanente.
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