Esta es mi vida tal como la soñé en otro tiempo:
un largo muro de barro perfumado y rojizo
que rodea un espeso jardín,
árboles cuyas ramas se besan en el agua,
pavos reales en la penumbra de las magnolias,
y sol, y lluvia, y luna, y viento, y sombra,
y una alegría profunda como cicuta,
extraña, como eléboro,
y mis labios abrasadoramente aspirando las flores
igual que aves de pétalos o pestañas de grácil durmiente.
Mira, toca mi corazón ahogado bajo rosas salvajes.
Ni yo mismo llegué hasta su centro misterioso
por miedo a extraviarme
y no saber volver al claro cielo desde el cual, cruel vigía,
diviso el odio, el gesto cruel, la torpe ley,
la ironía…
Pero tú penetraste hasta lo impenetrable
como sonido puro de una flor destrozada
y allí te confundiste al velado silencio
recogido en sí mismo como un agua de siglos
a fin de que el jardín secreto y como ausente
jamás se delatara por la luna o el pájaro.
Entonces yo no supe que lo habitabas tú,
¡ay!, como los espejos siempre solos que ignoran
las figuras que habitan su corazón voluble
y en los que las miradas se confunden y mueren,
los labios huellan fríos su pasión desasida,
el ciego Amor es luz donde todo florece,
lo de fuera está dentro y el interior se extiende
en torno hasta el confín último del deseo.