Si yo pudiera acariciarte, ¡oh fina
suavidad de la música del viento!,
en las ramas profundas de la encina…
¡Oh, si tuviera tacto el pensamiento
para palpar la redondez del mundo,
el rumor de los cielos transparentes,
el pensar de las frentes
y el viaje del suspiro vagabundo!…
¡Si al corazón llegara
en su forma real, el infinito;
lo que fué llanto en la pupila clara,
saciedad en el grito;
si la verdad me hiriera
con su arista cruel, en tajo rudo;
si todo lo que viera
estuviera desnudo!
¿Qué palabra soberbia y rebosante
daría esa expresión apetecida?
¡Pensar que bastaría, así, un instante
para borrar las formas de la vida!
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