Vuestra tirana exención,
y ese vuestro cuello erguido
estoy cierto que Cupido
pondrá en dura sujeción.
Vivid esquiva y exenta,
que a mi cuenta
vos serviréis al amor,
cuando de vuestro dolor
ninguno quiere hacer cuenta.
Cuando la dorada cumbre
fuere de neve esparcida,
y las dos luces de vida
recogieren ya su lumbre;
cuando la arruga enojosa
en la hermosa
frente y cara se mostrare,
y el tiempo que vuela helare
esa fresca y linda rosa;
cuando os viéredes perdida,
os perderéis por querer,
sentiréis que es padecer
querer y no ser querida.
Diréis con dolor, señora,
cada hora:
¡Quién tuviera, ay, sin ventura,
o ahora aquella hermosura
o antes el amor de ahora!
A mil gentes que agraviadas
tenéis con vuestra porfía,
dejaréis en aquel día
alegres y bien vengadas.
Y por mil partes, volando,
publicando
el amor irá este cuento,
para aviso y escarmiento
de quien huye de su bando.
¡Ay, por Dios, señora bella,
mirad por vos, mientras dura
esa flor graciosa y pura,
que el no gozalla en perdella?
Y pues no menos discreta
y perfeta
sois que bella y desdeñosa,
mirad que ninguna cosa
hay que a amor no esté sujeta.
El amor gobierna el cielo
con ley dulce eternamente,
¿y pensáis vos ser valiente
contar él acá en el suelo?
Da movimiento y viveza
a belleza
el amor, y es dulce vida;
y la suerte más válida,
sin él es triste pobreza.
¿Qué vale el beber en oro,
el vestir seda y brocado,
el techo rico labrado,
los montones del tesoro?
¿Y qué vale, si a derecho
os da pecho
el mundo todo y adora,
si al fin dormís, señora,
en el solo y frío lecho?