En el brillante centro de la sala se oye
las risas y el reloj. En cuatro círculos
giran las Estaciones, y las Gracias recatan
su desnudez en el coronamiento.
Ágatas y nogal, si se entrelazan
a los pies del reloj, la caja oprime
las resonantes cuerdas, los finísimos flejes y el contenido
cauce de la música.
Broncíneos bancos labrados y Pomonas veladas de musgo.
El círculo de los naranjos, contenido con violencia y arte,
concede en la distancia un húmedo refugio. Cómo puede
el aire frío de la noche conservar su pureza originaria,
del ir y venir de candelabros y libreas separado tan sólo
por unas vidrieras transparentes.
Ficción o engaño. Pero los aprendidos pasos de baile,
¿son acaso
razón para una vida? Mezzetin, Citerea,
el espectáculo, el universo vuestro en mí surgido
donde no soy extraño.
Mirad: más vida
hay en la mano enguantada que abruma de encajes su
antifaz,
o bajo los losanges del arlequín que pulsa las cuerdas
del arpa,
que en todos vosotros, paseantes de los Campos Elíseos.
Porque el hombre desea conocer lo que ama,
descifrar la sangre que pulsa entre sus dedos, recorrer
íntimamente los senderos intuidos desde la cancela.
Nada vuestro me es oculto, personajes de fábula, porque
soy uno mismo con vosotros,
y sin embargo, estoy tan solo como cuando, al entrar
en el salón,
oprima una mano desconocida bajo la seda, en
la próxima danza.
Watteau en Noguent-Sur-Marne de Guillermo Carnero
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