Y después fue el olvido. Fue la espiga
mártir del sol, esclava de la avena.
Fue enterrada en el polvo la azucena,
mancillada su casa por la ortiga.
Después fue ya el olvido -No castiga
la muerte más que aquello que condena
a ser sombra-. La miel de la colmena
se hizo veneno, pócima enemiga.
Todo lo que pujaba como un canto,
como un himno glorioso, fue transido
de soledad, de arena de desierto.
Y aquello que fue vida sintió espanto
de ser humo. Después vino este olvido
a decirme que el sueño estaba muerto.
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