Y es la muerte presidiendo mi duro gesto,
mi tiempo disperso en el escombro de las horas,
deshabitadas, las horas yacen muy pálidas,
como manos desnudas de caricias,
como grises tardes envenenadas de silencio.
El tenso vacío me desvive con calma,
se demora en mi cuerpo sombrío
el vasto atardecer ausente y tenaz,
el delgado hilo de la noche
se presenta desértico y curvo,
y ansiosamente hinca su negra dentadura
sobre mis pupilas calientes, y feroz
traza signos de fuego en mis párpados,
signos desprovistos de lenguaje,
un brutal concierto de antiguas voces,
de colores antiguos y música indecisa,
amplias desolaciones me lloran por el vientre,
por la frágil espalda, los quietos hombros,
las caderas combadas por la recia acometida
de la noche, que triste,
sepulta formas en silente combate,
calladamente, porque inocente dibuja
firmas de muerte sobre los cuerpos oscuros.