Y se vencía
implacable en sus naipes, áspera en su tabaco:
ante las puertas, bajo las ventanas,
y así entraba en el hueso de luz de los vecinos,
así caía en la palma de las buenas mujeres,
aireando la alcoba
de los borrachos del mundo.
Precediendo a la vida,
hablaba en el juicio de los seres que al cabo
regresaban a casa con lo justo (lo justo,
qué ironía). Destello
la palabra era entonces,
hoy es nuestro cuidado.
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