Yo pienso en ti, divina encantadora, Mirtho,
en el fiero Pausílipo, brillante de mil fuegos,
en tu frente inundada de claridad de Oriente,
en las uvas mezcladas con oro de tu trenza.
Fue asimismo en tu copa donde embriaguez bebía,
y en el rayo furtivo de tus ojos risueños,
cuando a los pies de Iaco alguien me vio rezando,
pues la Musa me ha hecho un hijo más de Grecia.
Yo sé por qué el volcán se ha abierto allá de nuevo…
Ayer tú lo tocaste con tus ágiles plantas.
cubriendo el horizonte de súbitas cenizas.
Desde que rompió un duque tus ídolos de arcilla,
siempre, bajo los ramos del laurel de Virgilio,
se unen al mirto verde las pálidas hortensias.
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