Quiso mostrarse la clemencia santa
y te infundió su soberano aliento,
puso en tus ojos luz de firmamento
y del ángel el trino en tu garganta.
Y admirándose al ver belleza tanta,
Baja —te dijo— al valle del tormento,
y cuando el hombre en negro desaliento
clame: ¡NO EXISTE DIOS! mírale y ¡canta!
Y tú, cisne del cielo, la armonía
nos revelas del cielo al escucharte;
yo, que olvidando al cielo ya tenía,
enviada del Señor, quiero cantarte,
que aunque la fe del alma apagó el llanto,
donde Dios se revela, allí le canto.
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