Aquí se estableció con sus manteles de hule
el carmín de aquel tiempo cuando
el furor en los labios.
Sobre una tabla blanca y lisa
cuadriculó domingos en la harina.
Quiso Génova, plantas y lo claro del cielo arriba de las flores. Negó oficios y amores con signos de pureza, y en su nombre creó un puerto de sombra
un silencio de barco recién ido.
Los hombres se casaron con descendientes
de indios, trayendo un color nuevo a la familia
y sus mujeres fueron bordadoras de brillo en las ojeras, operarias de costura recta, lavanderas.
Por las noches hablaron del gran amor
se interrumpieron las bocas largos ratos con él
y se fueron al viento de la mañana.
Este sol y estas sombras les pertenecen
aquí están las paredes recogiendo los días
que se vienen al suelo con el revoque
en un contraste duro
donde la vida juega con la muerte
sus dedos en las trenzas.
Abuelos (III) de José Antonio Cedrón
Añadir un comentario