Cuando la sed la lengua paraliza
y el sol arroja chispas de su fragua,
toda la tierra en coro diviniza
la gota de agua.
Yo aplico el labio a la impregnada greda,
bebo con ansia convulsiva y larga;
y es la última gota -la que queda-
la gota amarga.
El hambre fui a saciar de mis faenas,
a consumir el pan de mi salario,
mezclando con la sangre de mis venas
todo mi ideario;
Lo impregné de la sal de los sabores,
por propiciar los númenes felices,
y la sal reabrió en sangrientas flores
del corazón las viejas cicatrices.
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