Tu corazón caliente, derribado,
levanta un estandarte en la mañana
por la pendiente del dolor cruzado.
Contra el rumbo del aire, se devana
gran madeja de muerte en tu cintura
enredada de sangre en tu ventana.
Entre nieblas de pólvora, va oscura
la mano que te lleva hacia estaciones
que clavarán la muerte en tu espesura.
¡Camaradas, de esbeltos corazones,
vedle, muerto, caído, prisionero,
del ataque de mudos tiburones!
¡Vedle, pronto, vosotros, marinero,
aviador, tanguista, combatiente,
navegando sin vida, sin remero!
¡Qué se aparten las manos de su frente,
que en pañuelos de sangre, no vencida,
van bordando un gemido transparente!
De pie, junto a su mano descendida,
firmes estamos, el fusil al brazo,
muro ardiente sobre la pena erguida.
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