Superficie partida, invisibles triángulos
dispuestos para su entrada en el ojo. Lástima
que debajo del triángulo principal
que forman los pezones y el ombligo,
centro mismo de un esplendoroso campo de carne, se oculte
la selva de su pubis, el sexo imaginado, su olor y su pelo revuelto
y satisfecho ahora, en el descanso. Lástima
que haya que desviar la vista un poco más, hacia una piedra gris,
para ver otros cuerpos más desnudos aún
y tocándose bajo una extraña niebla.
Pero no sé qué hace ahí en medio, por cierto,
ese niño gordo con la mano en el agua
mientras la otra mujer, pulcra y remilgada, se hace la sorda:
¡si al menos fuese posible imaginar
el enjambre del sexo debajo de sus faldas!
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