Te adoro como a Dios —dije a Gregoria—
y si te inflama esta pasión ingente,
yo juro que mi cántico ferviente,
como Dios hará eterna tu memoria.
Con luz de cielo escribiré tu historia,
pondré bajo tu planta el sol ardiente,
la regia luna brillará en tu frente
y hasta en la gloria envidiarán tu gloria.
Mas ella; ¡ay! sus ojos picarones
en mí clavando, dijo con salero:
«Lindas son en verdad sus ilusiones;
pero, responda usted, señor coplero:
¿con el sol y la luna y sus canciones
tendré casa, vestidos y puchero?»
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