A.M.E.
A la que fue todo amor,
embriagadora y cortejada,
Lucrecia Borgia,
mi ancestro bienamado.
Para vosotros, mis compañeros de exilio,
Henri Michaux, andré de Pardiac de Monlezun,
Aram D.
Mourandian
Versión de Gonzalo Escudero
* * * * *
IV.
Estás ahí en medio de la noche, Señora,
Aparecida en el instante, Señora, en medio del invierno de mi noche.
Me he dicho entonces: Si bien recuerdo, Alejandro fue un gran capitán.
Y el rey Salomón vivió solemnemente como un gran rey.
Mas me tiene sin cuidado Alejandro y no soy el rey Salomón.
Y no tengo nada, nada que decir de la reina de Saba.
Pero a vos, alta y bella,
Señora, ¿tendré la memorable suerte de interrogaros?
Muchas gentes me rodean: amigos y parientes,
Yo lo admito,
Muchas gentes que me desafían.
Pero ciertamente ellas tienen razón, ciertamente.
Y esta malla interna de sangre, esta malla de sangre que me lacera los ojos,
Tienen razón porque esta malla de sangre bien lo prueba.
No obstante, tranquilizaos, que no siento por vos ni cólera ni tristeza,
Ningún deseo de morir,
¡No!
Las atenciones tampoco me afectan.
Sois libre de hablar y regocijaros, en excelente compañía,
sobre estos mil pensamientos que permanecerán para
mí eternamente secretos.
Y todas estas gentes que os rodean y están ahí, gravitando en torno vuestro,
Señora, son libres también para comentar mi caída y mi despecho.
¿No lo había yo predicho desde hace largo tiempo?
Señora, entre ellos, parece que se encuentra alguien fuerte y rico en gracias,
Alguien bien acogido a quien yo le enveneno, le corroo y descompongo
en todas las digitales de mi rencor y de mi espíritu.
¡Así pues, que él desconfíe de mí!
¡Cuidado con él!
De ningún modo mi venganza se privará de una presa tan bella y tentadora.
¡Y que silencie y, si le parece bien, se marche a cualquier parte!
¡Que silencie!
Yo le digo: mis brazos tiemblan extrañamente y mi voz se torna dura, sombría y solemne.
Yo le prevengo: los días, sí, los días de su espera, lo juro, no serán de gozo fácil.
¡Más bien de sangre, de sangre!
A menos, Señor, que las flores,
Que las flores dulces y lentas vengan a hablarme de un perfume
aún más penetrante que los soplos del olvido.
Días de vergüenza, días de angustia.
¿Cómo no le han hablado de ello los astros?
¿Dónde se oculta este hombre?
, ¿qué hacía él de la luz de los sueños?
¿Se demora y se olvida el viento en su pensamiento?
El viento de la selva me trae obscuras palabras, obscuras amenazas.
Viento amigo, socórreme, que tu advertencia será el pesado lastre de mi venganza,
Hazlo de suerte que este ser de elocuencia lo sepa;
¡Que advierta mi poder y mi naturaleza de ángel o de condenado,
poco importa!
Que advierta, en tiempo oportuno, el terrible color de mis miradas.
¿Mas para qué?
Ciego, viviré en adelante las horas que he vivido.
Olvida, viento, mis desgarradas palabras,
Y perdona, te lo ruego,
A este ser altamente privilegiado,
A este hombre que aborrezco y envidio
Tanto y tanto.
etc.
* * * * *
VII.
Muchos insectos en torno de un solo pensamiento,
Pero el mío está ausente bajo un cielo de lluvia.
¡Y tú has venido un día, Pizarro, acicateado por una gran pasión!
Como tú, fantasma, enciendo mi alma cerca de la extraña floresta,
Donde tú amabas antes aspirar el tenaz aliento.
Pero cuántas de estas pupilas nauseabundas me envuelven asimismo,
Como en la hora de angustia, pesada y mala para tu espíritu,
Y se demoran en mirarme languidecer.
¡Morir!
Lejos de aquí los ojos
Y el noble espíritu tan cerca de las cadenas que mi corazón han ceñido.
Me llama la sangre.
La sangre de los días de éxtasis, más acompasada que la mar.
La sangre que no olvida jamás y que me invade con su color terrible.
Que este inútil viaje de los ojos termine pronto!
Así el paciente corazón anhela volver a ver su sangre
Y gozar de una codiciada sombra, más dulce y más propicia en su temblor de quejumbre.
¡Mas que regrese pronto!
Porque ella me espera, mi Esposa, con la mirada al viento, allá lejos,
blanca y secreta como la nieve de una estrella nueva.
Ah Señor, si he recorrido una patria mala, tened piedad de aquél que os ofende,
pobre infante olvidado en las espinas de su calvario.
Os grito: ¡Señor, curadme de la mar inmensa, de mi tristeza grande y del astro
banal que ilumina la tierra de mi tormento!
La noche se torna más grande y más densa,
buscando perdidamente sus sombras.
Grande es mi infortunio.
Abriré mi corazón a las bestias bravías que recorren el mundo como el fuego de las arenas.
¿En qué nuevo Espíritu buscaré alojamiento?
El opio desperdiga mis sombras, derramando sobre todo párpado su melancolía de ausencias.
Y añade el corazón desesperado:
La ausencia!
La ausencia sin límite.
Oh cómo está lejano mi hogar de gloria.
Oh labios amadores, las lágrimas no son tan profundas como para llorar tanto
vuestro alejamiento.
¡El cielo endurecido no resuena!
Flores sin tallo que tienen el peso de la sangre.
Y la noche se vuelve más dulce, más próxima y más estrujadora:
¡Abrete!
Abre tu sueño a mis alientos,
Porque soy la libertad de las brisas.
Porque traigo con los siglos la convalecencia de tus pupilas.
Está presto el camino, la forma del sueño busca su destino.
Oh labios, el tiempo os apresura,
Restituidme a mi cielo de inteligencia,
Que el solo contacto de irreductible amor lo aseguro en este reino de vida.
* * * * *
XIV.
Estos muros de sombra, que se los abandona, estos solemnes muros
de arcilla somnolienta,
Que se los abandona a su familiar suficiencia bajo los cielos,
Y a su diálogo de polvo.
Como las piedras que se despiertan tiernamente en el instante más húmedo del año,
Que se maravillan, descubren y tienden sus cuerpos endurecidos a la espuma
que los envejecerá sin tardanza.
El umbral se viste con la sombra alerta de mis manantiales y de mi espliego.
El umbral me llama y solicita.
¡Qué ternura en nuestros gestos!
¡Oh dulzura y transparencia de nuestras miradas!
Y el sol no es sino un encarnado soplo en la tarde.
La brisa, se derrama como un llanto solitario
A lo largo de las hojas adormecidas.
Todas las cosas por el mundo se juntan y se estrechan,
Todas las cosas se estrechan en la profundidad de sus rodillas.
Oh Tierra, tú gozas
En la cosecha y la savia de tus frutos.
Y aquél que se interna en los sueños
Y devora deleitado los panículos del maíz.
Pero si el enfermo contempla
A contraluz la membrana sanguinolenta en el intersticio de sus dedos,
Ah cómo se lamenta
Por este indefinible y perpetuo gemido,
Por el estridente clamor en los vidrios arenosos
Yen las harinas y la cascada del molino.
¡Astros en mi espíritu, él dice, ni vosotros
Ni el agua múltiple en la potencia de sus voces,
Ni vosotros, palabras bienhechoras de un día,
Podréis devolverme la sangre febril de mi amor!
Aquí abajo, por lo contrario, la más verde de las moscas,
Rumorosa reina en el ojo ventoso de la cerradura,
Se deleita noctámbula en las cavernas umbrosas
Y en las grutas innumerables de un palacio fastuoso.
Que retumbe un gran sonido en los lechos sonoros del viento alisio:
El grillo,
Por las puertas malvas de su hierba
Restituye el asilo y la querencia de su morada.