No he de callar, por más que con el dedo
o con la mano prieta me amordaces.
Orgullosa estaré, aunque disfraces
los vaivenes certeros donde cedo.
No he de callar, y en tan airoso ruedo,
cuando cerques mi orgullo y atenaces
mi fuste en altivez, cuando amenaces
no rendiré ni almena ni mi credo.
Y pues que en soledad luces mi arcilla
y te mantiene el deje de mi lumbre,
sigue frotando siempre, no hay mancilla.
No ha de mudar el tiempo tu costumbre
de alumbrarme en el gozo, ¡oh maravilla,
herida o sima y sin embargo cumbre!
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