Agosto es un mes cruel. Nos abomina
con tórridos calores, con tifones
saturados de polvo callejero
que el frente tropical ha removido.
La humedad cava túneles secretos
bajo la confidencia de la blusa,
disgrega su hormiguero de sudor
en hilos presurosos.
Padecemos
la asfixia de la carne, la escafandra
que llevamos de aura
como un peso
brutal y no tangible. Es la nubosa
orbicularidad de la calina,
el bulbo-calabozo
encajonando
nuestra respiración a cielo abierto.
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