Abolida la estrella al final de la aurora de falda forestal,
abro al viento mi mano con huella de crisálida
y digo la palabra más dulce de mi tiempo, la gran Sílaba
que prolonga el rumor del olivo solar
y brilla en el coral de los ojos de la paloma.
Paz de labios de leche para el hombre mi hermano sellado
por el rayo y vestido de faro.
Me envuelvo con la lana de mi tilma que aroma el alhelí.
¡Potros! ¡Potros! ¡Bandadas! El sol hunde su brazo
de molinero en el hinojo.
Unos pies matutinos
huellan cardos de escarcha. Lienzo nupcial sobre el seco maguey…
Al pie de la gran torre de hierro del vigía escrutador de incendios
desde la sacra loma de los muertos,
el niño oscuro dijo:
«Pusieron el erizo en la boca del lobo…»
Maravillosamente, algunos saben
que la Montaña hereda mi corazón arado.